miércoles, 23 de septiembre de 2009

Las horas de fama

2 comentarios
Esa noche, sentada frente al televisor, recordó cada uno de los acontecimientos de su vida sin poder contener el llanto. Rescató de la memoria los aromas, las palabras, los lugares; y todo aquello que aparentemente se había borrado de su mente con el paso de los años.
Su niñez en la casa de sus padres: una covacha de habitaciones solitarias y de ecos que retumbaban en las pálidas paredes de cemento. Se acordó también de Elvira, la sirvienta, con quien compartía la mayor parte del tiempo. Se sentaban juntas a ver las novelas de la tarde. Elvira bromeaba con ella diciéndole que, algún día, sería la protagonista de una historia melodramática, pues, desde pequeña gozaba de una gran belleza. Además, su nombre era igual al de su personaje favorito: María la del barrio. Desde entonces, sus sueños y anhelos pertenecieron a ese mundo, al que está dentro de una pantalla. Creció con la idea de que encontraría un galán que la haría feliz y que viviría envuelta de glamur, con el estilo de una diva.
–Tal vez por eso caí como una tonta en manos de ese canalla- se reprochó un día negando con la cabeza y limpiándose las lágrimas.
Se lamentaba haberlo conocido pero más aún, haberse enamorado con tanta vehemencia. Por él interrumpió su pubertad y dejó atrás a su familia, su hogar, y su ciudad natal a los catorce años. Ahí empezó una vida que no se asemejaba en nada a los sueños acumulados en la vieja casa de sus padres. Poco después aquél canalla, como ella le decía, se fue con otra mujer y la dejó sola y sin un centavo. Entonces rondó de trabajo en trabajo recibiendo abusos y maltratos, sin poder salir de aquella mala racha en la que había caído. Hasta que, por cosas del destino, fue a dar al “Bongalius”, un club nocturno de gran prestigio.
Las chicas que trabajaban en aquel célebre lugar, tenían que pasar por un riguroso proceso de selección. Además de una figura dotada de singular hermosura, eran evaluadas en destrezas como el baile, conocimiento de historia, ciencias y política. María pasó todas las pruebas sin mayores dificultades. Durante los dos siguientes años desfiló desnuda sobre la pasarela despojada de todo pudor. Los clientes, entre ellos algunos distinguidos diplomáticos y empresarios multimillonarios, se disputaban cada noche el placer de su compañía.
Uno de estos importantes asiduos del Bongalius era Rafael García, un exitoso productor de televisión que se había enamorado de María y planeaba sacarla de ese mundo. Le propuso un trabajo en un nuevo programa que estaba por estrenarse. María sintió, una vez más, el fascinante anhelo de la fama. Volvió a soñar con una vida de lujos: restaurantes elegantes, ropa de alta costura, todo dentro del exclusivo mundo del espectáculo. Ya podía sentir sobre su rostro el resplandor de los flashes de las cámaras. Hasta se le dio por imaginar lo que respondería en una entrevista improvisada en caso de ser sorprendida, por algún reportero de la farándula, en el supermercado o a la salida del cine.
Era tal el entusiasmo que abandonó el trabajo del Bongalius sin ningún reparo. En las siguientes semanas se preparó con gran esmero para el día de su debut. Debido a que Rafael no le dio detalles de la temática del programa ni del papel que desempeñaría, se adiestró de tal manera que se sentía segura de poder cumplir con cualquier función: Conductora, presentadora de noticias, corresponsal de entretenimiento, encargada de la sección del clima, asistente de producción, actriz de reparto. No tenía dudas de su talento.
El día del inicio de la filmación sintió un poco de nervios, tal como los había tenido el primer día en el Bongalius. Llegó al canal a la hora que le habían señalado. Rafael la saludó rápidamente, en medio del estrés de la preparación y la dejó a cargo de uno de sus asistentes. Sin perder ni un segundo la llevaron hacia un camerino donde la esperaba la maquilladora. Luego un estilista retocaba su cabello y finalmente el asistente, que aún no le había explicado qué era lo que iba a hacer, la trasladó a una habitación vacía donde tenía que cambiarse apenas llegara el vestuario.
Esperó unos minutos aplacando los nervios con buenas corazonadas. Entonces llegó Rafael, la elogió por su belleza y luego le deseó buena suerte. María le preguntó qué era lo que iba a hacer, él la miró como tratando de transmitirle confianza y le dijo: -Solo tienes que sonreír, todo el tiempo, con esa risa encantadora y cada vez que yo mande a corte empiezas a bailar. Recuerda: siempre sonriendo- Antes de que ella pudiera pronunciarse, el galán de su melodrama abandonó la habitación y el asistente entró con el vestuario que no era más que un pequeñísimo biquini, de una calidad muy inferior a los que acostumbraba a usar en el Bungalius y le dio cinco minutos para cambiarse.
Esa noche, ya en su casa, vio el gran estreno de “Sábado de la Fortuna” y supo que su carrera en televisión había sido fugaz. La vergüenza insólita que le impidió sonreír durante la grabación la invadió nuevamente al ver su cuerpo profanado en la pantalla. Entonces, hurgó en su mente algún vago recuerdo y soltó la primera lágrima.

martes, 1 de septiembre de 2009

Quiero estar entre tus cosas

13 comentarios
Dedicado a María Gabriela Epumer
En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.
Julio Cortázar

Aún se ven los surcos de tus pasos sobre la alfombra, camino a la ventana por donde te gustaba verme llegar. El cenicero junto al sillón, sigue repleto de colillas pintadas de labial rojo y consumidas hasta el último aliento. Puedo imaginarte con la mirada fija en el vacío, dejando escapar el humo de tu boca y recreando alguna fantasía. Lo sé, siempre supe todo de ti porque en tantos años jamás dejé de observarte. Ahora que estoy aquí, como un intruso en tu apartamento, me desespero ante tu ausencia. Te busco entre tu ropa, entre tus libros, en los perfumes. Me desvelo contemplando tus fotos que cuelgan de las paredes; y te escucho en las canciones que solíamos cantar.
¿Cómo pudiste abandonarlo todo con tal ingratitud? ¿Pensabas que nadie iba a notarlo? Así tan de repente, como si un viento inexplicable te hubiera despegado los zapatos de la tierra, arrastrándote por los aires hasta dejarte colgada entre las nubes. Lejos, muy lejos de mis manos que ahora tocan tus vestigios en cada objeto, en cada aroma, en cada silencio. Todo me recuerda a ti; a tus ojos desmesurados; a tu cabello esmaltado con el brillo de la noche y a tus labios, fuente de las palabras más dulces.
Ahora tengo entre mis manos aquel cuaderno en el que escribías tus secretos. Voy pasando sus páginas, una a una, pero no las leo. Sólo acaricio tu letra con mis ojos porque al fin de cuentas, quién soy yo para conocer tus misterios. Si me basta con haber compartido aquel laberinto de tus días, aquella vida que, aún envuelta en la rutina, me sorprendía a cada instante.
Y acaso no fue sorpresa que te fueras sin siquiera despedirte. Dejándolo todo tal cual como lo viviste antes de marcharte. La taza de café sobre la mesa, la televisión prendida, el libro que leías cada noche, antes de dormir, con el separador en la página donde finalmente perdiste la batalla contra el sueño.
Sobre tu almohada, todavía persiste el aroma de tu pelo. Sobre las sábanas, aún se dibujan nuestros cuerpos como en la otra noche. Aquella última noche en la que me apretabas contra tu pecho, delirante, ansiosa de alcanzar el clímax. Con la misma intensidad del ataque de una fiera, a punto de despegar.
Sólo ahora entiendo que no volveré a tenerte entre mis brazos. Que tu voz, simplemente, se ha quedado dando vueltas en mi memoria. Que tu cuerpo yace dentro de una caja y que reposará para siempre con el resplandor de un recién nacido que solamente duerme. Mientras todos los que te conocieron lloran sin que sus lágrimas puedan despertarte, yo prefiero estar entre tus cosas, tratando de colarme en tu eterno sueño.