domingo, 24 de mayo de 2009

Colt 38

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Por fin llegó el día en que decidiste sacarme de aquel cajón oscuro donde no fui más que un objeto inútil y olvidado. Que bueno es sentir tus manos agarrándome con vehemencia y saber que estoy de regreso a la insensatez del mundo; a la vida, sin la cual mi existencia no tendría ningún sentido. Volver a encontrarme con el viento y el calor de la tarde que poco a poco se marchita dejando el cuarto cubierto por un amoratado espectro. ¡Ay! si no hubiera sido por aquella lámpara de focos amarillos habríamos desaparecido en las tinieblas. Bendita la luz que le da vida a tu silueta en la pared manchada. Que me permite seguir uno a uno tus movimientos. Aunque no vea la palidez de tu rostro, puedo sentir el precipitado latido de tu corazón y la fuerza aprisionadora de tus manos que se tornan cada vez más trémulas. ¡Oh! como me llevan al lugar exacto donde una gota de frio sudor proveniente de tu frente me humedece. Y el resplandor fugaz que precede al estallido que me sacude desde adentro. Y el espantoso grito del silencio; de tu sombra que se desploma. Y el olor a sangre y pólvora que me embelesa hasta que tu mano, ya sin fuerza, me libera.

lunes, 18 de mayo de 2009

me acuerdo de su sangre

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Yo formé parte de un ejército loco
Tenía 20 años y el pelo muy corto
Pero mi amigo, hubo una confusión
Por que para ellos el loco era yo
Charly García

Cuando mis padres decidieron que mis problemas de conducta podrían ser resueltos en un colegio militar supe que estaba en serios problemas.

Desde el principio pude comprobar que no estaba equivocado. Los primeros contratiempos se me presentaron por “el uso indebido del uniforme”!vaya estupidez! ¿se imaginan? Como si hubiera usado el cinturón para ahorcar al Teniente o algo así. No se me ocurre otra manera de usar mal un uniforme. Luego vino el parte por “negarse a recibir órdenes”. Nada raro en una persona como yo que obedezco a una sola orden: el libre albedrío.

Sin duda estaba en el lugar equivocado con cientos de individuos que pensaban y vestían igual: traje blanco impecable, boina azul, botas y hebilla resplandecientes y cinturón para ahorcar Tenientes. Entre toda esa legión de seres sin cabello -probablemente no sea lo único que les falte en la cabeza- se encontraba el mayor de mis problemas.Un tal Francisco Pérez, comandante de curso; o sea que por ser el alumno con mejor promedio tenía una jerarquía superior a la del resto de infelices. Era el responsable del mantener el orden en la clase, por lo tanto, era hombre de cuidado. Podía castigar a sus compañeros si se le antojaba y ellos, tenían que cumplir sin reparos porque si Pérez se lo contaba al Teniente, la cosa se ponía peor. Su aspecto era temible, dada su fealdad y su cara de asesino en abstinencia. Las cejas negras bien pobladas sobre unos ojos de mirada aguda y maliciosa; la piel tostada cruelmente por el sol; la boca amplia y los dientes amarillos y torcidos. Su cuerpo era ostentosamente grande y musculoso, la espalda gruesa y los brazos fornidos.

Era el ser más irritante que había conocido. Se la pasaba dando reproches, algo muy común de aquellos que se creen perfectos. Su arrogancia no tenía límite, lo peor de todo es que nadie se atrevía a contradecirle y como era muy poderoso, todos celebraban sus chistes con una hipocresía primorosa.

Desde luego, yo era la excepción, y como llevaba poco tiempo en aquel manicomio, el tal Pérez se las tomó conmigo y trató de hacerme la vida imposible. Su fijación no pasaba de gritos y ordenes absurdas que, por supuesto, yo ignoraba. Entonces, él respondía con una serie de burlas, según las cuales mi parte femenina me impedía realizar las proezas físicas a las que ellos estaban acostumbrados. El resto festejaba la valentía y la audacia de su líder, sin embargo; pese a mi paciencia, todos estaban conscientes de que el enfrentamiento estaba por suceder.

Un día, trató de obligarme a realizar un castigo que consistía en humillantes ejercicios, a la vista de todo el mundo, bajo el sol abrazador del patio a la hora del receso. Entonces lo miré con firmeza y mi parte masculina le dijo muy claramente lo que pensaba de él, con un lenguaje que de oírlo mi madre caería en coma instantáneo. Inmediatamente su gigantesco puño, empujado con la fuerza de una locomotora, me golpeó en el estómago dejándome sin aire, tumbado sobre el suelo caliente. Pronto me vi rodeado de uniformes blancos, de rostros que reían mostrándome los dientes y dedos que me señalaban. Mis ojos se enceguecieron con la luz del sol que se reflejaba en sus hebillas. Mientras tanto, aquel cobarde se había escabullido y desaparecido en medio de la confución.
Cuando me levanté no hice más que reprimir la rabia. Atravesé todo el ancho del patio, ante las miradas persistentes, hasta llegar al edificio donde se encontraban las aulas. Me protegí bajo la sombra y al percatarme de que el receso estaba por concluir, entré. Caminé el pasillo largo y descolorido, con los puños aún cerrados y los dientes apretados. Me dirigí a un baño que estaba próximo. Al abrir la puerta, todos los que se encontraban adentro se callaron y me miraron con cara de espanto. Eché un vistazo hacia el interior y descubrí el motivo de aquella perturbación. Era el descomunal cuerpo de Pérez, frente al retrete. Mi mente se puso en blanco y, dominado por la ira, le propiné una patada en la espalda que lo empujó contra la pared. Inmediatamente me puse en guardia, esperando la oportunidad de defender mi honor y ganarme el respeto de una vez por todas, tal como lo hacen los salvajes. Pero, en lugar de voltearse y pelear, Pérez se quedó de espaldas con las manos cubriéndole el rostro. Cuando por fin volteó, su cara estaba bañada de sangre, una sangre extremadamente roja y espesa, que brotaba incontenible de su frente. Me sentí realmente devastado, como un verdadero criminal ante los ojos de todos los presentes. Mientras Pérez se quedó mirandome con cara de pesadilla.

lunes, 11 de mayo de 2009

El origen del pecado

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Cuando pensamos en el origen del pecado nos remitimos de inmediato a la tan manoseada historia de Adán y Eva. No obstante, la supuesta desobediencia en la que infringieron aquellos solitarios habitantes del planeta, no fue sino una consecuencia.

Tiempo antes de que el Buen Padre construyera con el barro de la Tierra al primer hombre, había colocado en su Paraíso a una hembra. Su nombre era Julieta, la hija de la Luna. Este primer experimento de la estirpe humana parecía tener todo lo necesario para el correcto desarrollo de la humanidad. Esto es: Condición física, Sabiduría y Virtud.

Julieta acostumbraba deambular por aquel majestuoso escenario de flores y verdes prados repletos de árboles de los cuales brotaban deliciosos manjares, bañados por la frescura del rocío. Si con el transcurrir de la tarde sentía la obstinada necesidad de comer podía tomar libremente cualquier fruto sin ninguna restricción. Así pasaba los días, de un lugar a otro, acompañada por el maravilloso canto de las criaturas. Por las noches, se acostaba sobre un suave manto de hierbas fragantes y dormía sin sobresaltos, abrigada por la tibia luz, caricia sutil de su Madre y de cientos de miles de estrellas.

Un día, caminó por un sendero de girasoles y llegó hasta el recodo de un manso río. Eran sus aguas tan quietas y cristalinas que al acercarse a beber de ellas, vio por primera vez el reflejo de su rostro. Era tan bella como la misma luna en una noche despejada de primavera. Sus ojos eran claros y más profundos que aquel regato; la piel blanca; los labios encarnados; y los cabellos precipitados como cascadas doradas. Luego se acercó un poco más y pudo ver sus senos, redondos como médanos humedecidos por el agua que se había derramado al beber y de cuyos pezones se sujetaban dos gotas que brillaban como diamantes al contacto con los rayos del sol. Finalmente, colocó sus rodillas en el filo de la orilla y abrió las piernas hasta donde pudo para lograr ver con claridad aquello que hasta aquel momento había sido un misterio. Entonces, una sensación extraña le recorrió todo el cuerpo y, enseguida, pensó en las palabras que le había dicho el Buen Padre a cerca de no explorar en aquellos terrenos de su cuerpo. Pues, si lo hacía se convertiría en un ser impuro. Arrepentida y a la vez perturbada, se alejó a toda prisa, dejando atrás aquel acuoso espejo cuya revelación, sin embargo, continuaba flotando dentro de su cabeza. Cuando el negro lienzo de la noche cubrió el cielo, Julieta se encontraba recostada sobre la hierba, pero esta vez, ni la suave caricia de la Luna le permitía conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no mirar y lidió contra la voluntad de sus manos, que luchaban por hurgar aquella zona recién descubierta. Se echó a andar por el campo tratando de sacar de su mente aquella imagen y de ahogar aquel sentimiento que la inquietaba. Caminó un largo trecho hasta que se encontró con una pareja de felinos que se apareaban tras el follaje. Unos metros más adelante, un pavo real abría su abanico de plumas. Luego escuchó el aullido de una loba en celo y el graznido de las garzas. Se dio cuenta de que todas las hembras del Paraíso tenían algo que a ella le hacía falta. Atribuyó su soledad a la imperfección del universo, y sintió desprecio hacia su Creador.
Sin darse cuenta sus pasos la llevaron hacia el río y tuvo el enorme deseo de proyectar su imagen sobre el agua. No obstante, consciente de las terribles consecuencias que podían acaecer sobre ella, decidió mantenerse lejos de la orilla y prefirió nadar. De pronto, al llegar a la parte más profunda, sintió la fuerza de la corriente fluir entre sus piernas, como una tormenta fresca de burbujeante espuma. El clamor de su cuerpo se había vuelto impostergable. Buscó la salida desesperadamente. En el filo de la orilla había una roca enorme, que tenía un vértice largo y prominente como cuerno de unicornio. Se agarró de él para ayudarse a salir del agua y se dirigió hacia un manzanal que estaba cerca. Se escondió bajo la sombra de sus ramas y dejó que sus manos palpasen libremente su zona prohibida, con los ojos cerrados y con el labio inferior aprisionado entre los dientes. Sintió como aquella sensación extraña dentro de si se volvía cada vez más intensa y más devastadora; hasta dejarla inmóvil, exhausta y al fin tranquila…

De repente, la voz del Buen Padre irrumpió el silencio de la arboleda. Una cuadrilla de aves emprendió un vuelo estrepitoso. Julieta, tendida bajo la sombra del manzanal, lo miró fijamente, sin que su rostro mostrase la mínima señal de vergüenza o arrepentimiento. La voz sentenció el castigo por haber quebrantado la virtud y la inocencia de la especie humana. Julieta, la hermosa joven, hija de la luna fue convertida en víbora, el animal más impuro sobre la faz de la tierra.

Desde entonces, ella se autoproclamó como la Tentación. La que muestra los placeres secretos de la desnudez. Tal como lo hizo, desde el manzanal donde fue maldecida, con la siguiente generación de humanos. Aquella en la cual, el Buen Padre, aprendiendo de sus errores, incluyó la pieza que le faltaba para lograr el equilibrio en la creación: el hijo del pecado, el Hombre.