lunes, 18 de mayo de 2009

me acuerdo de su sangre

Yo formé parte de un ejército loco
Tenía 20 años y el pelo muy corto
Pero mi amigo, hubo una confusión
Por que para ellos el loco era yo
Charly García

Cuando mis padres decidieron que mis problemas de conducta podrían ser resueltos en un colegio militar supe que estaba en serios problemas.

Desde el principio pude comprobar que no estaba equivocado. Los primeros contratiempos se me presentaron por “el uso indebido del uniforme”!vaya estupidez! ¿se imaginan? Como si hubiera usado el cinturón para ahorcar al Teniente o algo así. No se me ocurre otra manera de usar mal un uniforme. Luego vino el parte por “negarse a recibir órdenes”. Nada raro en una persona como yo que obedezco a una sola orden: el libre albedrío.

Sin duda estaba en el lugar equivocado con cientos de individuos que pensaban y vestían igual: traje blanco impecable, boina azul, botas y hebilla resplandecientes y cinturón para ahorcar Tenientes. Entre toda esa legión de seres sin cabello -probablemente no sea lo único que les falte en la cabeza- se encontraba el mayor de mis problemas.Un tal Francisco Pérez, comandante de curso; o sea que por ser el alumno con mejor promedio tenía una jerarquía superior a la del resto de infelices. Era el responsable del mantener el orden en la clase, por lo tanto, era hombre de cuidado. Podía castigar a sus compañeros si se le antojaba y ellos, tenían que cumplir sin reparos porque si Pérez se lo contaba al Teniente, la cosa se ponía peor. Su aspecto era temible, dada su fealdad y su cara de asesino en abstinencia. Las cejas negras bien pobladas sobre unos ojos de mirada aguda y maliciosa; la piel tostada cruelmente por el sol; la boca amplia y los dientes amarillos y torcidos. Su cuerpo era ostentosamente grande y musculoso, la espalda gruesa y los brazos fornidos.

Era el ser más irritante que había conocido. Se la pasaba dando reproches, algo muy común de aquellos que se creen perfectos. Su arrogancia no tenía límite, lo peor de todo es que nadie se atrevía a contradecirle y como era muy poderoso, todos celebraban sus chistes con una hipocresía primorosa.

Desde luego, yo era la excepción, y como llevaba poco tiempo en aquel manicomio, el tal Pérez se las tomó conmigo y trató de hacerme la vida imposible. Su fijación no pasaba de gritos y ordenes absurdas que, por supuesto, yo ignoraba. Entonces, él respondía con una serie de burlas, según las cuales mi parte femenina me impedía realizar las proezas físicas a las que ellos estaban acostumbrados. El resto festejaba la valentía y la audacia de su líder, sin embargo; pese a mi paciencia, todos estaban conscientes de que el enfrentamiento estaba por suceder.

Un día, trató de obligarme a realizar un castigo que consistía en humillantes ejercicios, a la vista de todo el mundo, bajo el sol abrazador del patio a la hora del receso. Entonces lo miré con firmeza y mi parte masculina le dijo muy claramente lo que pensaba de él, con un lenguaje que de oírlo mi madre caería en coma instantáneo. Inmediatamente su gigantesco puño, empujado con la fuerza de una locomotora, me golpeó en el estómago dejándome sin aire, tumbado sobre el suelo caliente. Pronto me vi rodeado de uniformes blancos, de rostros que reían mostrándome los dientes y dedos que me señalaban. Mis ojos se enceguecieron con la luz del sol que se reflejaba en sus hebillas. Mientras tanto, aquel cobarde se había escabullido y desaparecido en medio de la confución.
Cuando me levanté no hice más que reprimir la rabia. Atravesé todo el ancho del patio, ante las miradas persistentes, hasta llegar al edificio donde se encontraban las aulas. Me protegí bajo la sombra y al percatarme de que el receso estaba por concluir, entré. Caminé el pasillo largo y descolorido, con los puños aún cerrados y los dientes apretados. Me dirigí a un baño que estaba próximo. Al abrir la puerta, todos los que se encontraban adentro se callaron y me miraron con cara de espanto. Eché un vistazo hacia el interior y descubrí el motivo de aquella perturbación. Era el descomunal cuerpo de Pérez, frente al retrete. Mi mente se puso en blanco y, dominado por la ira, le propiné una patada en la espalda que lo empujó contra la pared. Inmediatamente me puse en guardia, esperando la oportunidad de defender mi honor y ganarme el respeto de una vez por todas, tal como lo hacen los salvajes. Pero, en lugar de voltearse y pelear, Pérez se quedó de espaldas con las manos cubriéndole el rostro. Cuando por fin volteó, su cara estaba bañada de sangre, una sangre extremadamente roja y espesa, que brotaba incontenible de su frente. Me sentí realmente devastado, como un verdadero criminal ante los ojos de todos los presentes. Mientras Pérez se quedó mirandome con cara de pesadilla.

3 comentarios:

Molo dijo...

Buen manejo de la tensión y el desenvolvimiento de las acciones. El final, en mi opinión, me deja en la nada. Es mi umilde parecer... De todas formas estuvo locoooote!

La Chica del arete rosa dijo...

Me encanta la presentación del antagonista, tienes muy buen manejo de la tensión y haces que sea posible visualizar todo lo que ha ocurrido (en otras palabras, buenas imágenes). Ojo con los clichés, siempre se pueden filtrar.

Unknown dijo...

A mi el final me encanta. Sí, exelentes imágenes. Varias descripciones pero no creo que haya adjetivos ni palabras de más en tu texto. Hay cosas que dice el narrador que lo dejaa ver a él pero que no están de más. Me gustó mucho.

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